Fui un niño feliz. De eso no me cabe duda. No me
faltó de nada. Mi padre era médico y no pasábamos necesidades económicas.
Tampoco me faltaba cariño, lo cual era más importante. Crecí siendo un niño
travieso y espabilado. Feliz, confiado. Algo que puede corroborar esto que
cuento, aunque no tiene por qué, es el hecho de que tuve muchos juguetes a lo
largo de mi infancia. Tantos que apenas puedo recordar uno en especial. Quizá
el primero del que tengo memoria es el de un conjunto de monos acróbatas de
fieltro que se pegaban entre sí con velcro y colgaban de un columpio pendiente
del techo. Uno era rojo, otro azul y otro verde. Pulularon por mi casa durante
bastante tiempo y reaparecieron del baúl de los recuerdos cuando ya era casi un
adulto. A pesar de que hoy me considero pacifista, crecí con un par de juguetes
bélicos: una metralleta que emitía luces y sonidos y que me hacía sentir
bastante chulo, y un geyperman con tanque y todo, que también me hizo mucha
ilusión.
Jose León
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