Cádiz infinita
Es una ciudad que echas de menos cuando no estás. Sobre todo por el mar que la inunda de luz, el sol que reconforta el ánimo, la amplitud de sus horizontes, su atmósfera limpia, su color, su arte...
Dejé Cádiz a los 18 años, recién terminado el bachillerato.. No nací aquí, pero la ciudad me acogió a los cuatro años de edad.
Cádiz se divide en dos: casco antiguo y Puerta Tierra. La división es tan acentuada que al centro se le llama Cádiz, como si el resto de la ciudad fuera otra cosa. Algo que no terminaba de entender. Pero es verdad que no es lo mismo vivir -o ser- de un sitio que de otro. El Cádiz auténtico es el casco antiguo, antiguo Barrio La Viña y Santa María. El Campo del Sur con sus casas de colores. San Agustín y la Catedral. La calle Ancha, San Antonio y el Mentidero. La plaza Mina.
Es inevitable hablar del Carnaval, verdadera seña de identidad de los gaditanos, que es cuando los llamados 'beduinos' 'viajan' al casco antiguo, se adentran en el Cádiz verdadero, por decirlo así, se pierden entre sus estrechas callejuelas a ritmo de chirigotas, comparsas y coros. Pero del Carnaval puedo decir poco, porque tampoco llegué nunca a entenderlo muy bien ("lo siento, picha, no to er mundo puede ser de Cai", como reza el logrado eslógan en unas camisetas). Los disfraces de la infancia: Dartacán, pirata pata palo, incluso pasta de dientes profidén, producto del ingenio de mi madre, que se las apañó con una funda de almohada y una cartulina. Hubo un tiempo, el de la adolescencia, en que por pura diversión disfrutábamos de las agrupaciones carnavalescas y del ambiente festivo, más bien.
Extramuros es otra cosa. Como la playa de La Caleta, con sus barquitas, sus rocas, sus castillos y su balneario, no tiene nada que ver con la de la Victoria, una línea recta de mar y arena. Soplan Cádiz dos vientos característicos: el Poniente y el Levante. El primero, suave y agradable; el segundo fuerte y caluroso. Parece casi comprobado que este último provoca trastornos psíquicos.
Hay que reconocer el encanto del casco antiguo, mientras que Puerta Tierra -que no son las murallas, aunque así es como se llaman, sino de ahí hacia fuera- se podría decir que es como cualquier otra ciudad, eso sí, con el privilegio de vivir a orillas del Atlántico. Por su tamaño, es una ciudad cercana, muy manejable en cuanto a las distancias, el mar es su límite.
Cádiz presume de ser una ciudad alegre, una ciudad abierta por su pasado comerciante y portuario, pero pienso que presume demasiado, aquí lo que hay es mucho 'cachondeo'. Demasiado egocentrismo más bien. El 'gadita' es muy engreído, se mira mucho el ombligo, todo hay que decirlo, como si no existiera más mundo alrededor.
La mejor forma de conocer Cádiz, para mí, ha sido mostrársela a mis amigos de fuera. Aun así debo decir que es una ciudad que nunca se conoce del todo. Siempre está por descubrir.
Jose León
Cádiz
Si tuviera que ponerle título a la propuesta de hoy del taller literario, la llamaría "redescubriendo Cádiz".
Soy gaditano, pero no muy 'gadita'. Ahora, quizá un poco más que antes, pero sigo sin ser capaz del todo de sentirme una de las personas más afortunadas por estar viviendo aquí a diario. Supongo que es por las circunstancias, por todo lo negativo que suelo asociar a este rincón-paraíso.
La Tacita de Plata, lugar añorado para quienes, la mayoría de veces por trabajo, han tenido que emigrar fuera de sus fronteras. Ciudad-cárcel para mí, sinónimo de fracaso, de proyecttos inconclusos. Cádiz, ciudad refugio, hogar familiar, agujero sin posibilidades de trabajo.
Últimamente, en cambio, gracias a unos amigos y a una aplicación que han sacado para dispositivos móviles que permite hacer rutas temáticas y culturales por la ciudad; he empezado a verla de otra manera. He descubierto en Cádiz un potencial que desconocía, unas iniciativas muy interesantes de las que me gustaría ser partícipe.
Podría ser la ciudad perfecta para vivir si ello no implicara tener que volver a convivir con mi madre y con mi hermano. Y no es por ellos, pobres, que no tengo quejas, es por la inevitable sensación de haber sido incapaz de valerme por mí mismo fuera de aquí.
Aunque no soy de 'Cadi-Cadi', soy de Puerta Tierra. Creo que nunca me he dado un baño en La Caleta y contadas ocasiones he comido pescaíto frito en el Tío de la Tiza. Y nunca he tenido la filosofía de vida que se suele presuponer al gaditano por el simple hecho de serlo.
Vivir tan rodeado de mar, a veces más que sensación de libertad, me transmite cierto aislamiento y agobio. Siempre voy con el tiempo justo a todos lados y sentarme tranquilamente en un banco de la bahía a tomar el fresco me parece, sencillamente, una pérdida de tiempo.
Cádiz es amigos de toda la vida, familia, casa de mi madre, infnacia, huída y regreso con el rabo entre las piernas.
Me gustaría que alguno de los planes que tengo saliera adelante porque, por ahora, quiero seguir aquí. He conseguido acostumbrarme a vivir en Cádiz de nuevo, intentando sacarle las no pocas cosas positivas que tiene.
Si tuviera que volver a hacer la maleta para irme otra vez con una mano delante y otra detrás, esta vez, creo, me lo pensaría un poco más.
Antes de volver a irme de Cádiz me gustaría, al menos, haberme dado tiempo suficiente para comprobar si alguno de mis proyectos personales y laborales tienen cabida aquí. Si no es así, volveré a irme caso sin dudarlo. Sigo siendo culo de mal asiento y, como dice una amiga mía, "persona eternamente frustrada" que siempre pensará que hay algo mejor de lo que tiene.
J@vi
Cádiz es una ciudad especial. En ella se dan cita gentes tranquilas, como tranquila es la ciudad. Se divide en dos partes principales: centro y extramuros. El centro está compuesto por calles principales y sinuosas callejuelas cargadas de historia. Se encuentran en él museos, edificios antiguos, comercios, etcétera.El centro o casco antiguo estaba antiguamente rodeado por una muralla, de la que ya queda poco.
Extramuros es la parte nueva, con edificios más actuales.
Si vives en el casco antiguo puedes disfrutar de la playa de La Caleta tomando un baño, de la calle La Palma en el barrio de La Viña, tomando una caballa con piriñaca, o por las múltiples callejuelas de las que está compuesto. Desde la Torre Tavira se puede observar, desde una cámara oscura, todo el casco antiguo. En Cádiz destacan, sobre los demás, el edificio de la Catedral, la plaza Mina, la de San Antonio, el mercado central, la calle Ancha, el barrio de La Viña. En Carnavales las agrupaciones suelen recorrer todas estas calles, por lo que es una buena ocasión para conocer la ciudad. También en Semana Santa, la otra fiesta más sentida de la ciudad, es una buena ocasión para callejear por el centro.
Si vives en Extramuros puedes ir a las playas de la Victoria y la de Santa María. Las calles son más espaciadas.
Jose Lorente
Cádiz es la ciudad donde nací y donde me crié. He pasado los mejores años de mi vida entre sus calles. Nací, con cinco kilos de peso, en el hospital de Mora, que hoy día es la facultad de ciencias empresariales, al lado del árbol más grande que yo haya visto, un ficus centenario, que se divisa desde altamar en el perfil de la ciudad.
Mis primeros cuatro años los pasé en un octavo piso de la calle Fernández Ballesteros, cerca de residencia, que es como se conoce al hospital actual de la ciudad. De esta etapa guardo recuerdos de mies primeros miedos y correrías por la guardería que actualmente es un bloque de pisos. Mi casa se encontraba en la parte moderna de la ciudad, lo que se conoce como Extramuros o Puertas de Tierra, que es la parte que se encuentra fuera de las murallas de la ciudad. Lo que está dentro se conoce como el centro, el casco aniguo, o directamente Cádiz, y allí es donde está la casa de mis abuelos. Una finca antigua de escalones altos y patio central de vecinos.
A los cuatro años, como venía diciendo, nos mudamos de casa, también cerca de la avenida principal, pero algo más próxima a las murallas. Un décimo piso desde donde se ve la playa y el mar, la bahía el el puente nuevo en construcción, las Puertas de Tierra y el edificio Vistahermosa, uno de los más altos de la ciudad.
Unos años más tarde mi padre se compró un barco, una pequeña lancha motora, el 'Necorita'. Desde su bañera he visto Cádiz desde todos los ángulos: el puerto de Puntales y la Zona Franca desde el otro lado del puente, el paseo de la bahía y los diques de astilleros, el muelle y la punta de San Felipe, la alameda y la iglesia del Carmen, el parador y la playa de la Caleta, el castillo de San Sebastián y el Campo del Sur y todo el paseo marítimo hasta el castillo de Cortadura.
Jose Barra
Mi relación con Cádiz
Llegué a Cádiz con 17 años, concretamente de Móstoles... así que de la noche a la mañana pasé de vivir en un barrio obrero de Madrid a la zona pija de Cádiz.
Mi primera impresión me decepcionó un poco y no porque me fuera mal ese año... al revés. Saqué la selectividad, el primer curso de ballet clásico, hice muchísimos amigos y disfruté de todas las ferias de los alrededores... Es sólo que lo había idealizado tanto en mi cabeza que al final no se correspondieron mis ideales con la realidad. En cualquier caso, ahora que he tenido la oportunidad de volver aquí hace ahora seis años y que he tenido tiempo de conocerlo, pienso que no me dí tiempo y que si me hubiera quedado más tiempo, no me hubiera marchado de nuevo a Madrid.
La primera vez que vine me pareció una ciudad muy tradicional y me pareció que era cerrada. Me llamaba la atención que a una compañera de colegio su novio no la dejara salir de casa cuando él se iba de fin de semana. Posiblemente fue el colegio Argantonio, donde estudié, donde miraban mucho qué era tu padre, en qué trabajabas, dónde vivías...
La segunda vez que vine, en el 2007, me pareció todo lo contrario, una ciudad abierta y llena de vida. Mi primer contacto fue con el mundillo del teatro... y a través de él fue como llegué a conocer esta ciudad: sus teatros, sus calles, sus colegios, sus geriátricos, su gente.
Leticia Payno
domingo, 18 de agosto de 2013
jueves, 15 de agosto de 2013
Mi psiquiatra/psicólog@
Pilar es una persona cordial, aunque no siempre la he visto así. En un principio me pareció fría y distante. Era la época en la que todo lo relacionado con la psiquiatría me echaba para atrás. Yo proyectaba un distanciamiento en ella y la veía así distanciada. O quizás ella precibía mi estado de ánimo adverso y se limitaba a ser educada y formal. Más tarde yo me fui abriendo, fui contándole más cosas personales -mi búsqueda de trabajo, mis aficiones, mis relaciones familiares- y ella se mostró receptiva y amigable. Físicamente diría que es una mujer de unos 56 años. De baja estatura y complexión media. Tiene las arrugas propias de su edad. Pilar es una persona que si te la presentasen en una fiesta se te olvidaría rápidamente. Es tímida y algo retraída. Tiene una visión de la psiquiatría no cerrada. Cree en la transdisciplinariedad. Es crítica con el DSM, con la etiquetación según el cumplimiento de unos criterios.
Jose Lorente
No recuerdo la primera vez que entré en contacto con esta psiquiatra. La primera impresión que se me quedó grabada y que cambiaría el rumbo de mi vida dentro del mundo de la psiquiatría fue un día que fui a ver a Pilar con mi madre. Parece ser que había tenido un mal día y me empezó a meter caña: "¿Qué actividades haces?" "Teatro y piscina", le dije. "Eso es insuficiente, tienes que hacer más". Entre mi madre y ella empezaron a pensar en la mejor solución para que yo estuviera activa: centros de día, actividades en el centro de salud, enseñar español a inmigrantes... Yo estaba nerviosa viendo cómo otros decidían lo que iba a ser mi vida... Hasta que finalmente apareció la enfermera Flor diciendo que alguien se había puesto fatal fatal y que había que hacer algo. Yo no sé por qué me identifiqué con esa persona, me levanté y dije que me iba... pero antes me abracé a Flor y seguidamente a mi madre. Pilar me vio tan alterada que me dijo: "¿Tomas poca Zyprexa, no?". Todo acabó en que me subieron la medicación.Yo me quedé mal y pensando que de ahí me venía la ambulancia a buscar para llevarme a Puerto Real.
Pasaron dos meses y llamaron de Salud Mental diciendo que Pilar quería hablar conmigo. Le pasé el teléfono a mi madre y yo dije: "Ya está, me llevan al psquiátrico". Resulta que había llamado a la URA para que un psicólogo me tratara y a partir de ahí todo fue para arriba. Con Jesús todo fue para arriba. Cuando la fui a ver de nuevo estaba muy positiva y a partir de ahí la relación mejoró.
Pilar me parece una buena persona. Una persona sensible y con humanidad y que se preocupa realmente por los pacientes. Me parece una mujer abierta..., lo que es una psiquiatra de la nueva escuela. Es bajita, con gafas ye lleva el pelo 'a lo afro'. Es bastante moderna en el vestir.
Leticia Payno
El día que conocía a mi psicóloga fue por pura casualidad. Se llama Ana Isabel, aunque al igual que me pasa a mí, no le gusta su segundo nombre, así que nos quedaremos con Ana. Como venía diciendo, la conocí de casualidad un día en la unidad de agudos del hospital de Puerto Real. Ella venía a visitar a mi compañero de habitación y compartimos una tarde muy amigable. Lo que más me sorprendió de ella en esa primera toma de contacto fueron su cercanía y su candor., llenaban la habitación su risa y sus comentarios y acabó invitándome al teatro para cuando saliese del internamiento.
Ana es bajita, morena y tiene tipo. Lleva el pelo largo y sus ojos, mientras te habla, nunca paran de moverse. El día que fuimos al teatro estuvimos hablando un buen rato y le acabé pidiendo el teléfono para que fuese mi psicóloga.
Nuestras primeras sesiones fueron un poco coñazo, a decir verdad. Ella no paraba de hacerme una serie de test multirespuesta que según ella eran necesarios, pero que a mí me dejaban más mareado que un pato y con la sensación de ser un objeto de estudio más que una persona.
Las siguientes sesiones a partir de ahí han sido más variadas y distendidas, aunque quizás peque de ser demasiado teórica y de hablar contigo casi como si fueses un compañero de profesión. Lo que más me gusta de ella es que tiene mi misma edad, que es muy enrollada y que se salta un poco reglas preconcebidas. Por ejemplo, compartimos tiempo fuera de nuestras sesiones y eso no se hace extraño. Por otra parte, creo que quizás ésa sea su mayor pega y a lo mejor un psicólogo con más experiencia o edad podría darme una visión más completa de mis problemas.
Jose Barra
Dra. Lagartija
Dra. Tal. Manuela. Cuando llevas cinco años con tu psiquiatra y apenas la conoces, no es una buena señal. Acudir a ella es como pasar por ventanilla. Impersonal. Poco implicada. Poco o nada empática. No es fría, pero tampoco demasiado cercana. Se echa de menos esa identificación, esa conexión necesaria en una terapia. Cientificista. Biologicista. Como si llevara unas anteojeras, su vista, su opinión médica, su criterio, todo se reduce a las pastillas.
Dra. Tal. Manuela. Es un auténtico caos. Hace las cosas con nervios de lagartija. Su mesa es un revoltijo de papeles, pero siempre encuentra el que está buscando. No sabes si te escucha o está en otra cosa. No debemos de diferir mucho en la edad. Creo que está casada, pero tampoco sé a ciencia cierta si el anillo que lleva es de matrimonio. Nunca me ha dado ánimos, se limita a subirme la dosis. Ya sé de antemano lo que va a hacer según lo que yo le vaya a decir. Predecible.
Dra. Tal. Manuela. Puro nervio, como ya he dicho. Dispersa. En eso nos parecemos. No me da mucha opción a abrirme mucho más con ella. La consulta dura apenas diez minutos. Es una mujer muy normal físicamente. Ni guapa ni fea. Pelo rizado, más bien seria. Se diría que es una persona normal en todos los sentidos. En su estantería hay una placa de agradecimiento de alguna familia o paciente. Un honor desmedido, en mi opinión. He dicho que es predecible. Y también conservadora. No le gusta experimentar, entre comillas. Ni arriesgarse lo más mínimo. Se atiene a lo que dicen los manuales de psiquiatría.
Dra. Lagartija.
Jose León
Jose Lorente
No recuerdo la primera vez que entré en contacto con esta psiquiatra. La primera impresión que se me quedó grabada y que cambiaría el rumbo de mi vida dentro del mundo de la psiquiatría fue un día que fui a ver a Pilar con mi madre. Parece ser que había tenido un mal día y me empezó a meter caña: "¿Qué actividades haces?" "Teatro y piscina", le dije. "Eso es insuficiente, tienes que hacer más". Entre mi madre y ella empezaron a pensar en la mejor solución para que yo estuviera activa: centros de día, actividades en el centro de salud, enseñar español a inmigrantes... Yo estaba nerviosa viendo cómo otros decidían lo que iba a ser mi vida... Hasta que finalmente apareció la enfermera Flor diciendo que alguien se había puesto fatal fatal y que había que hacer algo. Yo no sé por qué me identifiqué con esa persona, me levanté y dije que me iba... pero antes me abracé a Flor y seguidamente a mi madre. Pilar me vio tan alterada que me dijo: "¿Tomas poca Zyprexa, no?". Todo acabó en que me subieron la medicación.Yo me quedé mal y pensando que de ahí me venía la ambulancia a buscar para llevarme a Puerto Real.
Pasaron dos meses y llamaron de Salud Mental diciendo que Pilar quería hablar conmigo. Le pasé el teléfono a mi madre y yo dije: "Ya está, me llevan al psquiátrico". Resulta que había llamado a la URA para que un psicólogo me tratara y a partir de ahí todo fue para arriba. Con Jesús todo fue para arriba. Cuando la fui a ver de nuevo estaba muy positiva y a partir de ahí la relación mejoró.
Pilar me parece una buena persona. Una persona sensible y con humanidad y que se preocupa realmente por los pacientes. Me parece una mujer abierta..., lo que es una psiquiatra de la nueva escuela. Es bajita, con gafas ye lleva el pelo 'a lo afro'. Es bastante moderna en el vestir.
Leticia Payno
El día que conocía a mi psicóloga fue por pura casualidad. Se llama Ana Isabel, aunque al igual que me pasa a mí, no le gusta su segundo nombre, así que nos quedaremos con Ana. Como venía diciendo, la conocí de casualidad un día en la unidad de agudos del hospital de Puerto Real. Ella venía a visitar a mi compañero de habitación y compartimos una tarde muy amigable. Lo que más me sorprendió de ella en esa primera toma de contacto fueron su cercanía y su candor., llenaban la habitación su risa y sus comentarios y acabó invitándome al teatro para cuando saliese del internamiento.
Ana es bajita, morena y tiene tipo. Lleva el pelo largo y sus ojos, mientras te habla, nunca paran de moverse. El día que fuimos al teatro estuvimos hablando un buen rato y le acabé pidiendo el teléfono para que fuese mi psicóloga.
Nuestras primeras sesiones fueron un poco coñazo, a decir verdad. Ella no paraba de hacerme una serie de test multirespuesta que según ella eran necesarios, pero que a mí me dejaban más mareado que un pato y con la sensación de ser un objeto de estudio más que una persona.
Las siguientes sesiones a partir de ahí han sido más variadas y distendidas, aunque quizás peque de ser demasiado teórica y de hablar contigo casi como si fueses un compañero de profesión. Lo que más me gusta de ella es que tiene mi misma edad, que es muy enrollada y que se salta un poco reglas preconcebidas. Por ejemplo, compartimos tiempo fuera de nuestras sesiones y eso no se hace extraño. Por otra parte, creo que quizás ésa sea su mayor pega y a lo mejor un psicólogo con más experiencia o edad podría darme una visión más completa de mis problemas.
Jose Barra
Dra. Lagartija
Dra. Tal. Manuela. Cuando llevas cinco años con tu psiquiatra y apenas la conoces, no es una buena señal. Acudir a ella es como pasar por ventanilla. Impersonal. Poco implicada. Poco o nada empática. No es fría, pero tampoco demasiado cercana. Se echa de menos esa identificación, esa conexión necesaria en una terapia. Cientificista. Biologicista. Como si llevara unas anteojeras, su vista, su opinión médica, su criterio, todo se reduce a las pastillas.
Dra. Tal. Manuela. Es un auténtico caos. Hace las cosas con nervios de lagartija. Su mesa es un revoltijo de papeles, pero siempre encuentra el que está buscando. No sabes si te escucha o está en otra cosa. No debemos de diferir mucho en la edad. Creo que está casada, pero tampoco sé a ciencia cierta si el anillo que lleva es de matrimonio. Nunca me ha dado ánimos, se limita a subirme la dosis. Ya sé de antemano lo que va a hacer según lo que yo le vaya a decir. Predecible.
Dra. Tal. Manuela. Puro nervio, como ya he dicho. Dispersa. En eso nos parecemos. No me da mucha opción a abrirme mucho más con ella. La consulta dura apenas diez minutos. Es una mujer muy normal físicamente. Ni guapa ni fea. Pelo rizado, más bien seria. Se diría que es una persona normal en todos los sentidos. En su estantería hay una placa de agradecimiento de alguna familia o paciente. Un honor desmedido, en mi opinión. He dicho que es predecible. Y también conservadora. No le gusta experimentar, entre comillas. Ni arriesgarse lo más mínimo. Se atiene a lo que dicen los manuales de psiquiatría.
Dra. Lagartija.
Jose León
A cuatro manos
Aquella tarde Pili estaba mareada. Había miguitas de bizcocho en la encimera. Su jefe se lo advirtió, así que se dirigió a recoger algunas de ellas. Tras el trabajo se fue directo al hormiguero.
Allí había otras hormigas que le condujeron a donde estaba su jefe. Éste le dio la enhorabuena... Era la primera vez que la joven Pili salía del hormiguero por sí misma. Decidieron hacer una fiesta.
Para un evento de tales magnitudes, hicieron traer a la mismísima hormiga reina y su corte de telépatas. Pronto comenzaron los preparativos del iniciación hormiguil.
El hormiguero era más que nunca un hervidero de ir y venir. Todas andaban muy ajetreadas. Pili estaba muy nerviosa. Pocas hormigas veían a la reina siquiera una vez en la vida. Cuando llegó el momento, la reina se saltó el protocolo, se acercó a Pili y le dijo al oído, para que no la captaran los micrófonos de la prensa: Pili, eres la elegida.
Lorente, Payno, Barra y León
Allí había otras hormigas que le condujeron a donde estaba su jefe. Éste le dio la enhorabuena... Era la primera vez que la joven Pili salía del hormiguero por sí misma. Decidieron hacer una fiesta.
Para un evento de tales magnitudes, hicieron traer a la mismísima hormiga reina y su corte de telépatas. Pronto comenzaron los preparativos del iniciación hormiguil.
El hormiguero era más que nunca un hervidero de ir y venir. Todas andaban muy ajetreadas. Pili estaba muy nerviosa. Pocas hormigas veían a la reina siquiera una vez en la vida. Cuando llegó el momento, la reina se saltó el protocolo, se acercó a Pili y le dijo al oído, para que no la captaran los micrófonos de la prensa: Pili, eres la elegida.
Lorente, Payno, Barra y León
martes, 6 de agosto de 2013
Habitación-Bolsillo-Inquilino-Regaliz-Recuerdos-Lápiz de labios
El final del verano
Era su primer día libre tras dos meses de intenso trabajo en la playa. Solo en la habitación se consumía entre un cigarro y el siguiente con una servilleta en el bolsillo. En la servilleta un beso de lápiz de labios y un nombre de mujer: Claudia. Por la ventana el ajedrez de la noche de un verano que se agota y el saxo tenor del inquilino de arriba que nunca se agota. En su cabeza los recuerdos de la última noche y en su boca el sabor a regaliz de sus besos.
José Barra
El regaliz de su boca
Tengo el bolsillo lleno de regaliz. Como cuando era niño. Dulce, con un punto amargo. Como tu lápiz de labios. Tu boca me sabe dulce pero me deja un sabor amargo porque sé que no soy el único inquilino de tu oscura habitación...
Jose León
Era su primer día libre tras dos meses de intenso trabajo en la playa. Solo en la habitación se consumía entre un cigarro y el siguiente con una servilleta en el bolsillo. En la servilleta un beso de lápiz de labios y un nombre de mujer: Claudia. Por la ventana el ajedrez de la noche de un verano que se agota y el saxo tenor del inquilino de arriba que nunca se agota. En su cabeza los recuerdos de la última noche y en su boca el sabor a regaliz de sus besos.
José Barra
El regaliz de su boca
Tengo el bolsillo lleno de regaliz. Como cuando era niño. Dulce, con un punto amargo. Como tu lápiz de labios. Tu boca me sabe dulce pero me deja un sabor amargo porque sé que no soy el único inquilino de tu oscura habitación...
Jose León
Rompedor-Arco Iris-Balaustrada-Mecanismo
Una nube irisada
De paseo por la Alameda, entrelazados nuestros dedos
Nos detenemos en la balaustrada y miramos el atardecer y las olas.
En el horizonte un cuadro de nubes, una paleta cálida, una nube irisada.
En mis tripas un arco iris de sentimientos, un amasijo de resortes y mecanismos.
Busco y no encuentro algo rompedor que me dé de beber de tus ojos por unos instantes.
Pero sólo tengo una guitarra sin cuerdas, se pone el sol y no tengo las cuerdas.
José Barra
Absurda rutina
El mecanismo que me ponía en pie cada mañana falló inexplicablemente ese día. Y no me refiero a las tuercas del reloj despertador. No. Me refiero al mecanismo interno, al resorte rompedor que me empujaba a la vida diaria. A lo mismo de siempre. Hacia una rutina que imperceptiblemente se había apoderado de mí. A lo largo de los años. Una rutina absurda, sin sentido.
Esa noche había soñado que me alzaba en pie sobre la balaustrada de la Alameda, seducido por la dureza de las rocas embestidas por un mar rompedor. De repente empezó a llover y apareció un arco iris en blanco y negro. Ese día decidí acabar con la rutina...
Jose León
De paseo por la Alameda, entrelazados nuestros dedos
Nos detenemos en la balaustrada y miramos el atardecer y las olas.
En el horizonte un cuadro de nubes, una paleta cálida, una nube irisada.
En mis tripas un arco iris de sentimientos, un amasijo de resortes y mecanismos.
Busco y no encuentro algo rompedor que me dé de beber de tus ojos por unos instantes.
Pero sólo tengo una guitarra sin cuerdas, se pone el sol y no tengo las cuerdas.
José Barra
Absurda rutina
El mecanismo que me ponía en pie cada mañana falló inexplicablemente ese día. Y no me refiero a las tuercas del reloj despertador. No. Me refiero al mecanismo interno, al resorte rompedor que me empujaba a la vida diaria. A lo mismo de siempre. Hacia una rutina que imperceptiblemente se había apoderado de mí. A lo largo de los años. Una rutina absurda, sin sentido.
Esa noche había soñado que me alzaba en pie sobre la balaustrada de la Alameda, seducido por la dureza de las rocas embestidas por un mar rompedor. De repente empezó a llover y apareció un arco iris en blanco y negro. Ese día decidí acabar con la rutina...
Jose León
lunes, 5 de agosto de 2013
El coche a pedales
Fui un niño feliz. De eso no me cabe duda. No me
faltó de nada. Mi padre era médico y no pasábamos necesidades económicas.
Tampoco me faltaba cariño, lo cual era más importante. Crecí siendo un niño
travieso y espabilado. Feliz, confiado. Algo que puede corroborar esto que
cuento, aunque no tiene por qué, es el hecho de que tuve muchos juguetes a lo
largo de mi infancia. Tantos que apenas puedo recordar uno en especial. Quizá
el primero del que tengo memoria es el de un conjunto de monos acróbatas de
fieltro que se pegaban entre sí con velcro y colgaban de un columpio pendiente
del techo. Uno era rojo, otro azul y otro verde. Pulularon por mi casa durante
bastante tiempo y reaparecieron del baúl de los recuerdos cuando ya era casi un
adulto. A pesar de que hoy me considero pacifista, crecí con un par de juguetes
bélicos: una metralleta que emitía luces y sonidos y que me hacía sentir
bastante chulo, y un geyperman con tanque y todo, que también me hizo mucha
ilusión.
Jose León
Mi juguete favorito
Transportándonos a la infancia, recordamos nuestro juguete favorito.
El triciclo mohoso
Manolo Sánchez nos habló de un triciclo en el que no le llegaban los pies al suelo. Lo utilizaba de castillo para jugar con sus cowboys de a peseta. Su padre lo requisó bajo un cajón en ele garaje hasta que el niño creciera. Pero cuando por fin lo sacaron de ahí, estaba tan mohoso que no se podían mover los pedales.
La cocinita sin agua
Emy recordaba que su juguete favorito eran las cocinitas. Le encantaba el menaje y se pasaba las horas jugando con ellas. Cada año le traían una nueva, y ella decía: "pero si ya tengo una", a lo que sus padres le contestaban que ya estaba vieja. Lo que más le gustaba era el fregadero, pero no tenía agua. Por fin le trajeron una que podía funcionar con agua, pero la madre no le dejaba ponerle agua porque lo ensuciaría todo. Ilusión y fracaso infantil en el mismo juguete.
Los Gi-Joe kamikaces
José Barra también se frustró con uno de sus primeros juguetes: un patinete que se le rompió enseguida y le hizo sentir gordo. Pero los que sí le hicieron disfrutar fueron los Gi-Joe, unos muñecos de guerra a los que internaba en la selva de plantas de su terraza. No recuerda ni cuántos tenía; cobraba una paga de 300 o 400 pesetas (unos dos euros) y los Gi-Joe costaban 800, así que se guardaba la paga y cada dos semanas se compraba uno. Lo malo -para los pobres Gi-Joe- fue al hacerse mayor que se dedicó a hacerles gamberradas -por no decir putadas- haciéndolos volar por los aires con petardos.
El triciclo mohoso
Manolo Sánchez nos habló de un triciclo en el que no le llegaban los pies al suelo. Lo utilizaba de castillo para jugar con sus cowboys de a peseta. Su padre lo requisó bajo un cajón en ele garaje hasta que el niño creciera. Pero cuando por fin lo sacaron de ahí, estaba tan mohoso que no se podían mover los pedales.
La cocinita sin agua
Emy recordaba que su juguete favorito eran las cocinitas. Le encantaba el menaje y se pasaba las horas jugando con ellas. Cada año le traían una nueva, y ella decía: "pero si ya tengo una", a lo que sus padres le contestaban que ya estaba vieja. Lo que más le gustaba era el fregadero, pero no tenía agua. Por fin le trajeron una que podía funcionar con agua, pero la madre no le dejaba ponerle agua porque lo ensuciaría todo. Ilusión y fracaso infantil en el mismo juguete.
Los Gi-Joe kamikaces
José Barra también se frustró con uno de sus primeros juguetes: un patinete que se le rompió enseguida y le hizo sentir gordo. Pero los que sí le hicieron disfrutar fueron los Gi-Joe, unos muñecos de guerra a los que internaba en la selva de plantas de su terraza. No recuerda ni cuántos tenía; cobraba una paga de 300 o 400 pesetas (unos dos euros) y los Gi-Joe costaban 800, así que se guardaba la paga y cada dos semanas se compraba uno. Lo malo -para los pobres Gi-Joe- fue al hacerse mayor que se dedicó a hacerles gamberradas -por no decir putadas- haciéndolos volar por los aires con petardos.
sábado, 27 de julio de 2013
Críticas a un relato del libro 'Telegramas en domingo', de Javier Mariscal
Pintar entre pensamientos la vida de Carmen
Con un lenguaje poético que recuerda al realismo mágico, comienza con una descripción del cuarto o del lugar donde se encuentra. Se alza la prematura edad temprana con el vicio de fumar a la vez prematuro. Sola, en su cuarto con su tocadiscos que realza el ambiente. Carmen mira al exterior por la ventana y empieza a enmarcar lo que pintaría a continuación en el cuadro, pero el nerviosismo le hace parar y empieza otra vez el cuadro pero esta vez con su visión particular y bajo mi opinión se sumerge en la preparación mental del nuevo cuadro. Le vienen al pensamiento quizás de su trabajo y recuerdos pasados. Para de pensar y pone un disco, se maquilla y se sitúa en el futuro con el que ella sueña en el que su alma gemela o su amor le acompañe en sus viajes o en su cara opuesta, solitaria.
Migue
Desdibujar una vida
La vida de una chica que ha roto bruscamente con la infancia. Un cuartucho lleno de recuerdos. Una vida rota por la dureza de la vida. Este poético relato nos transporta de la belleza de la infancia a la amargura de una soledad cruel, el oficio más antiguo del mundo, en el que se ve atrapada una niña de 14 años. Pero todo eso hay que desgranarlo palabra por palabra,, en un texto plagado de metáforas y reminiscencias para crear el ambiente y la psicología en los que se desenvuelve el personaje. Nunca dice que se trate de una prostituta, pero se intuye en las pinceladas que, como en la propia historia, dibujan un cuadro (abstracto, impresionista, surrealista...), donde cada elemento se coloca en el sitio que le corresponde para dar lugar a una composición armónica. El autor consigue, con su prosa poética, con frases cortas como trazos gruesos -como telegramas, de ahí el título del libro-, cargada de simbolismos, diciendo sin decir, componer un relato en la que los recuerdos son los que definen al personaje y es el lector el que, leyendo entre líneas, se forma su propia historia, más o menos cercana a la intención primaria. Llama la atención que el texto nos presenta a un personaje que lleva una vida amarga, sin embargo todo está contado a través de una bucólica escena en la que una joven pinta un cuadro, tras el que se esconde la historia real, pura y dura, mucho más profunda.
Jose León
Adolescencia truncada / La voz de Sinatra / El asiento trasero del coche
Este relato va de la pérdida de la inocencia, de la adolescencia truncada, y transmite una gran melancolía por lo que ya nunca será y nostalgia por lo que fue robado. En la forma destaca la ausencia de párrafos, las frases cortas y seguidas, la falta de mayúsculas y la concatenación de imágenes. Este estilo ayuda a introducirnos en el divagar de pensamientos de la protagonista y a transportar sus sentimientos al lector. El contenido es en su mayor parte recuerdos que ayudan a escapar a Carmen de sus problemas y una fotografía de su situación actual en la que se da a entender que es víctima de la prostitución infantil. Es un texto corto en el que las licencias que se toma el escritor pueden interponerse en el disfrute del relato, especialmente al principio, pero que también transmiten la necesidad de escapar y la añoranza por un tiempo perdido de forma notable.
José Barra
Sin título
El texto nos narra una historia en la vida de una prostituta que ha dejado la casa familiar y malvive en un cuartucho. Sólo las cartas le unen aún a la familia y al pasado, las cartas y las ilusiones amorosas que aún plasma en los cristales. Ese pasado se acaba en una mal polvo en los asientos traseros de un coche. Acabaron las chuches, las convivencia con su hermano Paquito, la cocina materna... Ya no hay vuelta atrás. Sólo un amor nuevo (o tal vez perdido), podría sacarla de ese largo invierno en el que se ha convertido su vida. Eso supondría la llegada de una nueva primavera: un nuevo renacer amoroso, vital, personal.
Jose Lorente
Con un lenguaje poético que recuerda al realismo mágico, comienza con una descripción del cuarto o del lugar donde se encuentra. Se alza la prematura edad temprana con el vicio de fumar a la vez prematuro. Sola, en su cuarto con su tocadiscos que realza el ambiente. Carmen mira al exterior por la ventana y empieza a enmarcar lo que pintaría a continuación en el cuadro, pero el nerviosismo le hace parar y empieza otra vez el cuadro pero esta vez con su visión particular y bajo mi opinión se sumerge en la preparación mental del nuevo cuadro. Le vienen al pensamiento quizás de su trabajo y recuerdos pasados. Para de pensar y pone un disco, se maquilla y se sitúa en el futuro con el que ella sueña en el que su alma gemela o su amor le acompañe en sus viajes o en su cara opuesta, solitaria.
Migue
Desdibujar una vida
La vida de una chica que ha roto bruscamente con la infancia. Un cuartucho lleno de recuerdos. Una vida rota por la dureza de la vida. Este poético relato nos transporta de la belleza de la infancia a la amargura de una soledad cruel, el oficio más antiguo del mundo, en el que se ve atrapada una niña de 14 años. Pero todo eso hay que desgranarlo palabra por palabra,, en un texto plagado de metáforas y reminiscencias para crear el ambiente y la psicología en los que se desenvuelve el personaje. Nunca dice que se trate de una prostituta, pero se intuye en las pinceladas que, como en la propia historia, dibujan un cuadro (abstracto, impresionista, surrealista...), donde cada elemento se coloca en el sitio que le corresponde para dar lugar a una composición armónica. El autor consigue, con su prosa poética, con frases cortas como trazos gruesos -como telegramas, de ahí el título del libro-, cargada de simbolismos, diciendo sin decir, componer un relato en la que los recuerdos son los que definen al personaje y es el lector el que, leyendo entre líneas, se forma su propia historia, más o menos cercana a la intención primaria. Llama la atención que el texto nos presenta a un personaje que lleva una vida amarga, sin embargo todo está contado a través de una bucólica escena en la que una joven pinta un cuadro, tras el que se esconde la historia real, pura y dura, mucho más profunda.
Jose León
Adolescencia truncada / La voz de Sinatra / El asiento trasero del coche
Este relato va de la pérdida de la inocencia, de la adolescencia truncada, y transmite una gran melancolía por lo que ya nunca será y nostalgia por lo que fue robado. En la forma destaca la ausencia de párrafos, las frases cortas y seguidas, la falta de mayúsculas y la concatenación de imágenes. Este estilo ayuda a introducirnos en el divagar de pensamientos de la protagonista y a transportar sus sentimientos al lector. El contenido es en su mayor parte recuerdos que ayudan a escapar a Carmen de sus problemas y una fotografía de su situación actual en la que se da a entender que es víctima de la prostitución infantil. Es un texto corto en el que las licencias que se toma el escritor pueden interponerse en el disfrute del relato, especialmente al principio, pero que también transmiten la necesidad de escapar y la añoranza por un tiempo perdido de forma notable.
José Barra
Sin título
El texto nos narra una historia en la vida de una prostituta que ha dejado la casa familiar y malvive en un cuartucho. Sólo las cartas le unen aún a la familia y al pasado, las cartas y las ilusiones amorosas que aún plasma en los cristales. Ese pasado se acaba en una mal polvo en los asientos traseros de un coche. Acabaron las chuches, las convivencia con su hermano Paquito, la cocina materna... Ya no hay vuelta atrás. Sólo un amor nuevo (o tal vez perdido), podría sacarla de ese largo invierno en el que se ha convertido su vida. Eso supondría la llegada de una nueva primavera: un nuevo renacer amoroso, vital, personal.
Jose Lorente
viernes, 26 de julio de 2013
Presa del insomnio
Lo que más me asustaba de haber perdido a un búho real -especie en peligro de extinción-, en la mesa de operaciones el primer día de mi trabajo como médico residente era que no me preocupaba.
La psiquiatra tutora de mis prácticas -debido, por qué no decirlo, a mis antecedentes- que vino a casa a hacerme un informe forense se sorprendió de que conocía de algo el pequeño estudio en el que vivía en la Alameda. Indagando un poco, también para romper el hielo, descubrimos que había estado allí con una amiga en alguna ocasión, con el anterior inquilino. Le conté por encima la historia de cómo encontré el piso y le hablé de mis caseros, que preferían alquilar a un precio económico pero asegurarse de que la persona que viviera allí les cuidase la vivienda. Y yo siempre había sido un manitas y tenía muy buen gusto -no por que yo lo dijera- para la decoración. Me había ganado así su aprecio y confianza, gracias a mi formalidad.
Al colocar las butacas, una frente a la otra, en el poco espacio habitable junto a la cama -lo cual me ponía nervioso al compartir ese rincón tan íntimo con una mujer que en verdad me resultaba atractiva y me provocaba mucho morbo-, retiré la papelera y, sin saber por qué, de forma automática, se la entregué como para que husmeara a fondo en mis secretos e intimidades más profundos. Al fin y al cabo, no tenía nada que esconder.
Mientras acomodaba un poco la estancia, ella se dedicó, no con demasiado interés, a sacar los papeles del cesto, momento en el que me arrepentí de aquel gesto inconsciente, pues empezaron a aflorar las fotos de tías buenas desechadas después de una noche de recortes para hacer collage. Sin embargo, no hizo absolutamente ningún comentario, ni siquiera puso caras raras.
Y es que, como le expliqué tras la operación y fue lo que motivó esta exploración forense, había pasado la noche en vela presa del insomnio. Pensándolo bien, no debía haber pisado la sala de Cirugía. Debía haberlo comunicado a mi superiores pero, por alguna razón que desconocía, no lo hice.
Sin saber por qué, sin que viniera a cuento, le conté la historia de una gata callejera de piel moteada a la que puse el nombre de Raza y que, asombrosamente, mi madre me permitió adoptar pese a que ya había cedido con el perro de mi hermano en su negativa a tener animales en casa. Se lo conté para hacerle ver mi amor por la naturaleza y por los animales, razón por la cual me dolía especialmente la pérdida entre mis manos de la vida de ese pobre búho real en peligro de extinción, herido de muerte...
por Jose León
La psiquiatra tutora de mis prácticas -debido, por qué no decirlo, a mis antecedentes- que vino a casa a hacerme un informe forense se sorprendió de que conocía de algo el pequeño estudio en el que vivía en la Alameda. Indagando un poco, también para romper el hielo, descubrimos que había estado allí con una amiga en alguna ocasión, con el anterior inquilino. Le conté por encima la historia de cómo encontré el piso y le hablé de mis caseros, que preferían alquilar a un precio económico pero asegurarse de que la persona que viviera allí les cuidase la vivienda. Y yo siempre había sido un manitas y tenía muy buen gusto -no por que yo lo dijera- para la decoración. Me había ganado así su aprecio y confianza, gracias a mi formalidad.
Al colocar las butacas, una frente a la otra, en el poco espacio habitable junto a la cama -lo cual me ponía nervioso al compartir ese rincón tan íntimo con una mujer que en verdad me resultaba atractiva y me provocaba mucho morbo-, retiré la papelera y, sin saber por qué, de forma automática, se la entregué como para que husmeara a fondo en mis secretos e intimidades más profundos. Al fin y al cabo, no tenía nada que esconder.
Mientras acomodaba un poco la estancia, ella se dedicó, no con demasiado interés, a sacar los papeles del cesto, momento en el que me arrepentí de aquel gesto inconsciente, pues empezaron a aflorar las fotos de tías buenas desechadas después de una noche de recortes para hacer collage. Sin embargo, no hizo absolutamente ningún comentario, ni siquiera puso caras raras.
Y es que, como le expliqué tras la operación y fue lo que motivó esta exploración forense, había pasado la noche en vela presa del insomnio. Pensándolo bien, no debía haber pisado la sala de Cirugía. Debía haberlo comunicado a mi superiores pero, por alguna razón que desconocía, no lo hice.
Sin saber por qué, sin que viniera a cuento, le conté la historia de una gata callejera de piel moteada a la que puse el nombre de Raza y que, asombrosamente, mi madre me permitió adoptar pese a que ya había cedido con el perro de mi hermano en su negativa a tener animales en casa. Se lo conté para hacerle ver mi amor por la naturaleza y por los animales, razón por la cual me dolía especialmente la pérdida entre mis manos de la vida de ese pobre búho real en peligro de extinción, herido de muerte...
por Jose León
sábado, 22 de junio de 2013
Empezar de cero
Inseguridad. La espada de Damocles que pende sobre mi vida. La profecía autocumplida. Al carajo. Todo se fue al carajo. Nada más difícil que empezar de cero. Fracaso. Frustración. A través de la escritura se pueden transmitir emociones y te conoces mejor a tí mismo. Analizas tus errores y tus aciertos.
Jose
Jose
Marea de efectos secundarios
Para mí la sucesión de los días desde que estoy medicado es una tómbola en la que siempre toca algo que no quiero, pero tienes que lidiar con ello mal que te pese. Unos días me encuentro falto de energía, otros días la ansiedad no me deja ni leer dos páginas, otras veces la medicación no me deja avanzar. Esta marea de efectos secundarios son los que me levanto cada día va retrocediendo, muy poco a poco y hoy hasta puedo concentrarme lo suficiente como para plasmar mis pensamientos en un papel. Cada frase escrita, cada página disfrutada no hace más que darme ánimos y ser prueba suficiente de que puedo superar lo que me encuentre cada mañana.
José Luis
José Luis
Otro con el equipaje de antes
Mi 'enfermedad' es la depresión.No me creía que fuera un enfermedad hasta que la tuve. Creía que era un cuento chino, el lloriqueo de mi inmaduro padre que reclamaba la atención de mi madre como la reclama un bebé lactante. Hoy me pregunto si estoy enfermo y me debato entre responder si sí o si no. No sé si soy el mismo de antes, si he dejado de serlo o si alguna vez lo volveré a ser. Siestuve enfermo y ya estoy curado, si soy vulnerable a una futura recaída. Creo que soy otro con el equipaje de antes. He tomado conciencia de la inconsciencia. Me aterra pensar que puedo puedo perder el control hasta el punto de haber puesto en riesgo mi vida. Me asusta haber tenido tanta dependencia de alguien. Una idea tan espeluznante ahora, aunque lejana, la sigo reconociendo como propia. Escribir y leer lo escrito me ayuda a ordenar pensamientos y a descontaminar del pesimismo algunas ideas. Me ayuda a entender que no puedo ser tan radical. Que más que blanco o negro, el colora depende del prisma con que se mire.
Javi
Javi
La mente me hacía olas
Yo no sé lo que pasó pero todo el mundo me miraba raro y mi madre decía que yo no estaba bien... Yo lo único que creo es que veía gente que no había y empecé a pensar distinto; me explico: era como si me contaran una historia y yo escuchara. Así todo el día más o menos. Dos meses, creo que fue más. Mi madre decidió llevarme al médico pero lo que me sorprendió fue que yo no se lo había contado a nadie y todo el mundo sabía perfectamente lo que me pasaba. Esa época pasó, ya lo he dicho, a los dos o tres meses de ir al psiquiatra, aunque las pastillas no me hacían mucho efecto y la mente "me hacía olas". Era como si me hicieran un masaje en el cerebro. Ahora tres años y pico después no me ha vuelto a pasar y sospecho que me pasó eso a causa de que me dieran una pastilla que yo pensaba que era ibuprofeno. La cuestión es que por ahora no he tenido más crisis psicóticas y me va bien con la medicación. Escribir siempre me ha gustado pero ahora me cuesta más, ya que he perdido mucha capacidad de memoria y me cuesta expresarme.
Juana Mari
Juana Mari
La emoción de la rabia
Mi principal problema son los pensamientos que me activan la emoción de la rabia. Mi mayor necesidad es la comunicación para no 'rallarme'. La escritura es un medio de comunicarme con otras personas con una estructura determinada. Me enriquezco con las aportaciones de otras personas respecto a una frase o un verso iniciales. Desarrollo mi capacidad de lenguaje, pongo palabras a las sensaciones que los ejercicios me evocan. Me sirve el taller para disipar la tensión mental. Continuamente pienso que la 'enfermedad' es un monstruo más grande que yo y que me va a derrotar siempre, que llevo las de perder. Ésa es mi impresión.
Nacho
Nacho
Aspectos adversos
Cómo es posible convivir con aspectos de la vida tan adversos a mi 'enfermedad'; pues si esas situaciones y experiencias son puntos importantes y frecuentes que nos podemos encontrar para ignorarlos al instante y saber que estas situaciones existen, ya que son fruto de la auténtica locura. La expresión que existe en la escritura es una posible y verdadera fuga y explosión que nos deja con una tranquilidad absoluta.
Por Miguel Ángel
Por Miguel Ángel
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